El político y psiquiatra David Owen, que fue ministro de Sanidad y de Exteriores británico, afirma que sí, que muchos de los que hoy nos gobiernan son peligrosos enfermos mentales.
La enfermedad explicaría muchos de lo que al pueblo le resulta inexplicable, incluyendo las mentiras, los fracasos y las medidas contra el ciudadano, la Justicia siendo gobernados por delincuentes o por locos. , rechazado visceralmente mal ejerciendo el poder y con millones de ciudadanos rechazándole, a pesar de que deberían sentirse muy mal ante los estragos de la crisis.
Algunos idiotas creen que ser un buen político significa poder adoptar medidas dolorosas sin que les tiemble el pulso, sin que esas decisiones les afecten, por muy duras que sean. En realidad debería ocurrir lo contrario: el mejor político es el que siente dolor con sus administrados y el que duda, medita y sufre antes de adoptar decisiones graves que conllevan sufrimiento humano. Los insensibles son enfermos o canallas que han llegado al poder, mientras que los que sufren son seres humanos decentes que merecen la confianza de sus administrados.
¿Por qué ese comportamiento extraño e insensible de los políticos ante el sufrimiento que ellos mismos provocan o que no saben mitigar? La respuesta es que muchos de los políticos que hoy gobiernan son auténticos enfermos mentales, necesitados urgentemente de tratamiento psiquiátrico intenso.
médico de profesión, se ha concentrado en los últimos años en la medicina y en la investigación del cerebro humano para él un desorden de personalidad cuyos síntomas serían el aislamiento, el déficit de atención y la incapacidad para escuchar a cercanos o a expertos. David Owen (In Sickmess and in Power, 2008) explica que el dominio del poder ocasiona cambios en el estado mental y conduce a una conducta arrogante, por lo que las enfermedades mentales necesitan una redefinición que incluya el Síndrome de la Arrogancia en el elenco mundial de enfermedades mentales.
A algunos políticos, el poder les hace perder la cabeza, los convierte en arrogantes y soberbios y les aleja de la realidad, situándolos en una peligrosa alienación que les hace perder la noción de la realidad. Pero a otros los convierte en verdaderos y peligrosos enfermos mentales, incapacitados, según Owen, para tomar decisiones y gobernar. Cuando acceden al poder se creen dioses o sus enviados en la Tierra, propician el culto a la personalidad y muchas veces se tornan crueles.
Algunos creen que esa enfermedad se da únicamente en las tiranías, pero lo cierto es que también se desarrolla en las democracias, afectando a personas que han sido elegidas en las urnas.
El síndrome, en los dirigentes que gobiernan las democracias, al no poder comportarse como dictadores crueles, tiene otros rasgos y manifestaciones: se sienten eufóricos, no tienen escrúpulos, no son conscientes de sus errores y fracasos y son capaces de dormir a pierna suelta, sin que ni siquiera les afecte el rechazo masivo de los ciudadanos o su inmensa y aterradora cosecha de fracasos, dramas y carencias que, para cualquier persona con salud mental, resultarían insoportables. Su alienación es de tal envergadura que cometen un error tras otro, porque la capacidad de análisis no les funciona y sus decisiones y medidas son producto del desequilibrio, la soberbia y la confusión extrema.
Es evidente que un tipo que duerme a pierna suelta, a pesar del sufrimiento y del rechazo masivo de sus conciudadanos, sin que su conciencia se conmueva ante los millones de desempleados, pobres y gente infeliz que ha generado su gobierno, ha debido perder la razon.
¿Hay alguna otra forma de explicar que un político prefiera subir los impuestos hasta asfixiar a sus ciudadanos, antes que suprimir lacras injustas y contrarias a la democracia como la subvención pública a los sindicatos y partidos políticos? ¿Por se esconde y no da la cara ante los ciudadanos, a los que ha vaciado la cartera? Es probable que sólo un enfermo grave sea capaz de negarse a recortar gastos gubernamentales y prefiera meterles la mano en el bolsillo a los ya esquilmados ciudadanos.
Es probable que sólo un enfermo sea capaz de adoptar esas decisiones, claramente contrarias al bien común, sin sentir dolor y angustia como ser humano.
Hay politícos que están en la tumba política, curándose, tal vez, de su enfermedad, retirado de la primera línea política, pero hay otros muchos políticos estan en activo a los que se les ve la enfermedad nada más mirarles a los ojos u observando con atención su comportamieniento.
El caso más claro y evidente es, arrogante e insensible al sufrimiento ajeno que prefiere que algunos pacientes puedan morir por falta de atención médica, como consecuencias de los duros recortes en sanidad que ha ordenado,
Mas parece que no le importa lo que opinen sus administrados. Preso, probablemente, del «Síndrome de la arrogancia» se cree facultado para decidir sobre todo y optar por la política que él crea conveniente, incluso en contra de la voluntad de los ciudadanos.
Es evidente que un dirigente que prefiere cerrar quirófanos a cerrar embajadas inútiles posee una inmensa y escandalosa carencia de democracia, pero es más evidente todavía que también podría padecer la enfermedad que el británico Owen ha descrito y tipificado con gran acierto.
Si esos políticos enfermos estuvieran en su sano juicio, dimitirían inmediatamente, ante la evidente incapacidad psicológica para gobernar a un pueblo de hombres y mujeres libres. Deberían comprender (pero la enfermedad les impide asumirlo) que, sin el apoyo de los ciudadanos, que son los «soberanos» en democracia, un gobernante rechazado equivale a un tirano