Uno de los dos causantes del bien o mal del mundo es el poder, porque el otro es el dinero.
Desde el inicio de la humanidad los hombres han establecido luchas físicas, verbales, sicológicas, por obtener el máximo poder en los diferentes escenarios donde se desenvuelvan.
Al parecer el ansia por sentirse superior para controlar las acciones de otros es el alimento principal para mantener la máxima generación de adrenalina.
El portal Wikipedia define el poder como la mayor o menor capacidad unilateral (real o percibida) o potencial de producir cambios significativos, habitualmente sobre las vidas de otras personas, a través de las acciones realizadas por uno mismo o por otros.
El poder, como todo, tiene dos caras: cuando se usa para demostrar poderío o cuando permite alcanzar logros sublimes.
Una gran cantidad de quienes detentan poderío suelen ser individualistas, prepotentes, temperamentales, ignorantes del respeto a los derechos y deberes de todos para poder convivir en los diferentes espacios.
Al parecer, así buscan hacerse respetar, temer. Es como una especie de endiosamiento para estar por encima los demás respecto a la toma de decisiones, para tener la última palabra sin que nadie les lleve la contraria. Es un placer que sólo quienes asumen tener saben de qué se trata.
Ni siquiera es necesario ocupar altos cargos públicos, económicos, académicos. Basta salir a la calle para encontrarlos.
Los podemos observar detrás del volante de transporte público o privado más que conduciendo, abusando, transgrediendo el paso de otros vehículos o peatones; parados a nuestro lado esperando para ser atendidos con prioridad (solapadamente) en una agencia bancaria aunque acaben de llegar y muchos otros estén esperando cumpliendo las reglas por orden de llegada; en reuniones de estudio o de trabajo donde creen estar dotados de suficiente sapiencia como para querer hacer valer sus posiciones subestimando la capacidad intelectual de compañeros.
La peor parte se la llevan en la política y religiones, donde abundan los genios y los escogidos. Todos creyéndose con el poder sobrehumano aunque sea en sus propios pensamientos y acciones evidentes o disimuladas. Muchos de nosotros mismos podemos formar parte de algunos de estos ejemplos aunque cueste reconocerlo.
Cuando el poder se usa para beneficio de otras personas entonces estamos refiriendo al estado más sublime del ser humano. Es quien entiende la irrefutable realidad de que en la medida que se cultive el beneficio colectivo en ese mismo sentido se recibirá el beneficio para lograr mayor confort y tranquilidad personal.
Entendiendo que somos seres humanos interactuando constantemente queramos o no, que funcionamos como un todo, jamás como islas. Y si tratamos de intentar usar cualquier procedimiento para apoyar a quienes comparten espacios geográficos cercanos o no, entonces avanzaremos no sólo para el bienestar colectivo sino propio.
Y como hemos referido en otras ocasiones, hace falta ser demasiado desinteresado para alcanzar elevados niveles de autoridad como lograron tener: Nelson Mandela, la Madre Teresa de Calcuta, Martin Luther King, Ghandi. Usaron el poder para beneficio de la humanidad. El poder fue la herramienta, el camino para accionar el bien en beneficio de otros.
Es inimaginable estimar siquiera a alguno de ellos buscar poder para lograr dádivas egoístamente personales.
Hoy en día, cuando el mundo ha avanzado a ritmo acelerado, un altísimo porcentaje de personas se desplazan envueltas en la vorágine del poder, sintiendo un impactante alto cuando sienten muy cerca alguna tragedia personal, familiar o cuando ya en el ocaso de la juventud hacen conciencia de que el verdadero poder está muy distante de atropellar al prójimo en supuestos beneficio personales que tarde o temprano se hacen volátiles, perecederos.
Sin embargo, es decisión personal el uso que se le dará al poder si es que realmente alguna vez se tiene.
María Elena Araujo Torres