La crisis, la maldita, detestable y condenada crisis. Esa que, literalmente en muchos casos, acaba con
la vida de los más afectados por sus dramáticas consecuencias. La que nos impide sembrar
esperanza, porque terreno que toca, terreno que torna baldío para cualquier afán de siembra. Crisis a
la que imputamos, dicho sea de paso y en su descargo (si es que necesita defensa criminal tan
cruento), todos los males que nos aquejan: tanto los que son de su estricta responsabilidad, como los
que no.
Cuando afrontamos tiempos difíciles debemos recordar (aunque resulte duro de oír y muchos se
subleven contra este pensamiento), que las circunstancias no hacen a una persona, sino que la
revelan. O por decirlo de otra manera: no es la carga lo que nos rompe, sino la forma de llevarla.
Pensemos: nos encontramos en una situación cuya solución nos excede y no depende en absoluto
de nuestra capacidad el resolverla. Desde el pequeño promontorio que ocupamos, es imposible
administrar un remedio eficaz para enderezar una coyuntura negativa con trazas de universal, al igual
que aplicar una fórmula magistral que permita abreviar su duración. Pero ahora bien, todo eso, que es
muy cierto, no significa que debamos permanecer indefensos y estáticos en espera de ser
«guillotinados» por el cruel destino que nos ha tocado vivir.
En una gran crisis económica, como en cualquier otro momento de transformación y de cambio(y este es uno que será recordado y estudiado por nuestros nietos), las situaciones desfavorables
pueden transformarse en oportunidades. Quizá esto a muchos les suene a música celestial, pero así
es. Lo esencial es disponer los recursos internos necesarios para contemplarlo de esa manera y no
dejarse acoquinar por el desencanto del: «Teniendo en cuenta cómo están las cosas, no puedo hacer
más». Una marea de pensamiento esta que nos arrastra y nos vincula a millones que piensan
exactamente lo mismo y de la que tenemos que escapar como sea… porque lo cierto, te guste o no
escucharlo, es que siempre, siempre, se puede hacer algo más.
Estas claves te pueden ayudar a plantearte lo que te es posible hacer:
La actitud con la que encares los hechos es la base de su superación.
Adáptate. Han cambiado las circunstancias y lo de antes ya no sirve.
Lo que pasó pasó. No vuelvas a ello todos los días. No va a cambiar.
No pienses en un futuro que vaya más allá de mañana.
Maneja y domina tus emociones. No pases de la euforia a la depresión.
Las crisis no son eternas, son ciclos. Esta también acabará un día.
Mantente con buen ánimo. Lo que piensas se reflejará en tu vida.
Quiero pensar que cuando nos enfrentamos a lo peor, nos colocamos ante una posibilidad clara
de mejora y de crecimiento. Y que cuando las coyunturas se hallan en su momento más crítico, es
cuando nos resulta posible dejar aflorar la mejor versión de nosotros mismos, para hacer frente a
circunstancias fatales extraordinarias. Y prefiero pensar así, porque en tiempos de gran estrés o muy
adversos es mucho mejor mantener canalizada la energía en lo positivo, que lamerse las heridas
recordándonos a cada paso lo desgraciados y lo pobrecitos que somos.
En 1801, a los treinta y un años, Ludwig van Beethoven se había convertido en un potencial
suicida. Vivía en la pobreza, estaba perdiendo la vista y se encontraba sumido en las profundidades
de la desesperación y la desesperanza. Veintitrés años más tarde, completamente sordo, ya no se le
pasa por la cabeza la idea del suicidio y, en cambio, con una energía creativa poderosa y un
entusiasmo renovado y multiplicado, compone e inmortaliza su Oda a la alegría en los acordes de la
Novena sinfonía. Su transformación, en lo que se llama «factor Beethoven», refleja su notable
capacidad para triunfar sobre la tragedia de su vida y la superación de una sordera inhabilitante para
cualquier músico que no fuera él. Triunfó sobre sus limitaciones cuando decidió no darse por
vencido y, pese a todo, pensar en positivo. «Esto solamente puede decirse con un piano», afirmó en
una ocasión Ludwig van Beethoven (Bonn, 16 de diciembre de 1770-Viena, 26 de marzo de 1827),
compositor, director de orquesta y pianista alemán.
Aprendamos de Beethoven y mantengamos nuestra alma optimista pase lo que pase, porque un
alma triste, créeme, puede matar más rápido que cualquier germen.
Reflexión final: «¡Actúa en vez de suplicar! Sacrifícate sin esperanza de gloria ni recompensa! Si
quieres conocer los milagros, hazlos tú antes. Solo así podrá cumplirse tu peculiar destino» (Ludwig
van Beethoven, compositor, director de orquesta y pianista alemán).
FUENTE. Frases para cambiar tu vida, Ignacio Novo