El amor es una fuerza tremenda
que une las cosas y las mantiene.
J.A.L.
Delia Steimberg
Hoy vi al Amor, el más viejo y olvidado de todos los dioses. Aquel que fue
origen primero y misterio supremo para los antiguos griegos, yace abandonado, cuando
no vituperado, por los hombres. Pero nada más curioso que el destino del amor:
mientras nadie cree en él, ni nadie ya lo sigue, nadie sin embargo deja de mencionarlo.
Su figura se ve triste, abatida y desprovista de las brillantes cualidades que antes
la adornaban. Entre el amor de la génesis del universo y lo que hoy se llama amor,
ninguna semejanza queda. El amor se disfraza con harapos y arrastra su miseria por el
mundo, porque los humanos han dejado de ofrecer sus ofrendas a esta deidad ancestral.
La prueba fehaciente de que los hombres han olvidado al amor es que ellos ya no
aman a Dios. Perdida la fe (hermana del amor), deambulan por la vida sin tener una
finalidad y sin concebir el sentido mismo de la existencia. Al no amar a Dios, los hombres
se han vuelto fatuos y vanidosos, creyendo que ellos podían reemplazar a la Fuente
del universo. Pero ¡triste ha sido la experiencia! Los hombres se han quedado sin Dios y
sin fe ellos mismos…
Por eso nos es dado ver que el hombre tampoco ama a la Humanidad. Ha perdido la fe en
el conjunto y en el individuo. Nada más difícil de comprender que la
convivencia y el apoyo entre unos y otros. Por el contrario, al lado de la vida actual, son
los animales quienes ofrecen mejores ejemplos de lealtad y cariño. Al hombre le ha
quedado el odio, el resentimiento, la envidia, la fuerza bruta y el afán de destrucción por
la destrucción en sí.
¿Y acaso el hombre se ama a sí mismo? Tampoco eso. Es tanto lo que se odia
que se abandona a los impulsos del instinto, sin cultivar aquellas características que lo
transformarían en verdadero hombre. No se da tregua en ningún aspecto; no tiene compasión
de su propia condición humana. O se exige más allá de su medida o no se exige
nada. No se ama. No se vive.
Bien poco es lo que podríamos aportar sobre el amor del hombre por la
Naturaleza que le circunda. También aquí ha caído la maldición de la destrucción sin
sentido.
Aparentemente, los hombres aman los bienes materiales, el poder. Pero tampoco
saben para qué los quieren. Ese “vivir la vida” que alegan es, apenas, el breve revoloteo
de la mariposa de Psiquis, al lado del perenne vuelo de las poderosas alas de Eros.
Sí, las alas de Eros están rotas. El viejo dios ya no vuela sobre la Humanidad, y
los hombres están pobres de amor. Confundidos en su desolación, inventan atributos a
un amor que desconocen, destrozándolo aún más con la ignorancia.
Pero no todo está perdido en este camino. El mismo hecho de seguir hablando
del amor, aunque no se practique, indica que existe la necesidad imperiosa de esta
fuerza superior.
Todos los hombres que, levantando sus ojos más allá del horizonte de la tierra,
buscan un amor superior, restauran poco a poco las alas del dios herido.
Hoy he visto al amor y he sentido que nosotros lo hemos hundido, somos los
únicos que podremos reponerlo en su trono resplandeciente. Con cada destello de amor
que dejemos vivir en nuestro interior, habremos creado una nueva joya para la corona
de Eros. Por cada vez que echemos a volar hacia nuestras esferas superiores, soñando
con mundos mejores para toda la Humanidad, habremos forjado nuevas plumas para
Eros.
Hoy vi al amor, y este es un canto de esperanza… Si yo he podido verlo, aunque
oscuro y pobre, es que muchos otros también ya lo han visto y lo verán. Y será un acto
de amor el devolver la gloria al Amor.