Maria Elena Araujo
En alguna parte escuché que hay más gente buena que mala, lo que ocurre es que a los malos se les hace más publicidad de sus actos.
Mi verdad es que comparto esta opinión, haciendo la salvedad de que todas las personas somos capaces de realizar los actos más sublimes o los más terribles, según afirman los expertos en el comportamiento humano. Depende de cada quien potenciar sus cualidades o defectos. Si damos una mirada al seno familiar podemos comprender por qué sus miembros son bondadosos o no, sinceros o no, amorosos o no, equilibrados o no.
Defiendo la teoría de que existen más familias donde los valores son básicos en la formación de sus miembros. Y eso ocurre cuando mamá, papá, uno de ellos o los dos, son seres con sentimientos nobles, que buscan el bienestar de su familia, la buena convivencia con sus vecinos y mejores relaciones con compañeros de estudios, trabajo, religión o actividad común.
De un hogar así surgen hijos encaminados al bien. Incluso pueden -en un momento dado- dejarse influenciar por comportamientos externos nocivos, pero sus principios, sus raíces, los hacen volverse a encauzar por rutas adecuadas porque sus valores están arraigados desde la niñez
Que lamentable cuando aparecen en los periódicos noticias de sucesos con titulares como “Se quitó la vida porque la mujer le fue infiel”, “Le dio una golpiza a su mujer” o “La mujer llevaba veinte envoltorios de presunta droga en su estómago”. Ni los aplaudo ni los apoyo. Vivimos en comunidad y hay que cumplir reglas para la convivencia social. Sin embargo, no vocifero palabras de juicio, porque quien soy yo para hacerlo. Recordemos que, según el Evangelio (San Juan) “cuando los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?. Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: – El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”.
Las personas que son capaces de realizar actos terribles, como quitarse la vida, golpear a otro o traficar drogas, solo por mencionar algunos casos, son producto de hogares carentes de amor, donde jamás aprendieron a valorar la vida como el regalo más valioso que Dios nos da; respetar a otras personas física y sicológicamente, respetarse. Y –según los expertos en conducta humana- al parecer es una cadena que se forja de generación en generación. Los padres o tutores no dan amor porque ellos no recibieron, ni los que los criaron a ellos tampoco.La buena noticia es que esa cadena se puede romper. Y es allí donde la gente de buena voluntad y las instituciones pueden jugar un papel invaluable. Porque no es solo vociferar los deberes y derechos de la gente, hay que brindar apoyo a quienes carezcan de conocimientos y querencias necesarias para cumplir esas normas.
Muchos hombres sabios lo han dicho. Pitágoras lo enuncio de manera simple pero contundente: “Educad al niño y no será necesario castigar al hombre”. Esa es la prioridad. Vamos a implementar programas educativos que incluyan a la familia. Cuantos niños son enviados a la escuela con el cuaderno y el lápiz, pero sin haber comido adecuadamente y con la tristeza de vivir en un hogar infernal. Vamos a reforzar la educación familiar, como materia obligatoria.Cuantas tragedias evitaremos cuando esta norma se haga realidad, pero de verdad, no como una promesa para conseguir votos o ganar simpatías, sino como un deber que tenemos con nuestros niños, con las familias carentes de amor y formación, con la gente de nuestro barrio, urbanización, parroquia, estado, con nuestro país, con nuestros países. Todos merecemos tener la oportunidad de ser buenas y mejores personas. Y que se note que somos mayoría.