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Cómo asesinar el amor

cupido

El odio se levantó un día con un propósito claro, matar a el amor, así que convocó a todos sus colegas. Todos llegaron puntuales y expectantes, al tiempo que se preguntaban: ¿cuál es la prisa del odio, por qué nos cita tan temprano a esta reunión?

Después de los saludos protocolarios y sin muchos rodeos el odio habló: los he invitado a este círculo de carácter urgente porque quiero contar con ustedes para el plan que me he propuesto, todos aguzaron el oído, el odio agregó: me propongo matar al amor.

Se levantó un murmullo entre los asistentes. El mal carácter tomó la palabra, mmm, esta misión es para mí, después de su larga argumentación, todos estuvieron de acuerdo, «sí, él lo puede hacer», sin más preámbulos el mal carácter tomó su mochila y salió resuelto. El odio le interceptó, tienes un año, cuando tengas terminada la tarea convocarás al grupo en pleno. Eso haré, afirmó el mal carácter.

Un año después estaban todos reunidos para escuchar el reporte del mal carácter, su rostro estaba más enfurruñado que de costumbre. ¿Qué, lo haz logreado, mataste al amor?, preguntaron en coro los amigos del odio. Después del distanciamiento y la mala atmósfera que creé el amor maltrecho se levantaba una y otra vez y todo volvía a la normalidad, puse todo mi empeño, lo siento…pero… no pude cumplir mi misión.

La ambición se levantó de su trono, resplandeciente, elegante, fastuosa, !te ha quedado grande la tarea!, lo haré yo. De acuerdo, apunto el odio, confío en ti, cuando cumplas tu misión, nos reúnes nuevamente.

La ambición salió con gran confianza, un año después el comité liderado por el odio estaba en reunión escuchando el informe de la ambición. Todos escucharon hablar a la ambición quien con gran finura exclamó: emprendí mi misión con toda la artillería, seduje con el poder, los lujos, todos los bienes materiales que cualquier mortal desea tener, al principio todo estuvo a pedir de boca, el ansia de posesión se instaló en las almas, querían más y más. Pero… el vacío, esa nada de la que los mortales hablan se instaló y escuchó los susurros del amor quien poco a poco se fue infiltrando, les juro gané muchas, muchas batallas, pero la guerra finalmente la perdí.

Iracundo el odio emplazó a los celos. Ve tú. Raudos partieron los celos acompañados de la desconfianza, el temor, la inseguridad y le dieron unas tremenda palizas al amor, por momentos parecía que iba a expirar, no obstante, maltrecho y moribundo se levantó una y otra vez para continuar.

El odio alineó toda la artillería, envió entonces a la pobreza, a la enfermedad, a la desvalorización, al egoísmo, a la indiferencia, ante todos ellos el amor se resquebrajó, parecía que al fin el odio y sus secuaces vencerían, pero el amor volvía a la carga y de nuevo seguía adelante.

El odio y todos sus partidarios se estaban devanando los sesos, ¿no era posible encontrar a alguien que le diera muerte al amor?, ¿esta misión les había quedado grande?

Mientras todos seguían debatiendo sobre el tema, apareció de un rincón del salón un miembro del consejo que había pasado desapercibido, de nariz puntiaguda, rostro cetrino, vistiendo una bata negra y un sombrero grande de copa, exclamó muy quedo: lo haré yo.

Con paso lento se dirigió a la puerta, parecía un anciano desgarbado. Todo el comité parecía incrédulo.

Meses después el comité estaba reunido en pleno, el hombre de la nariz puntiaguda, rostro cetrino, lucía una sonrisa soslayada, ¡misión cumplida, el amor ha muerto! Dio media vuelta y salió.

Atónitos los asistentes, se miraron, quién era aquel que había logrado lo aparentemente imposible, el odio le gritó, cuéntanos ¿quién eres tú?: el hombre de la bata negra perezosamente se volteó y con una sonrisa socarrona exclamo: La rutina.

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