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Hoy vi… Al hombre ciego

ciegoDelia Steimberg

Hoy vi al hombre ciego. En verdad, no estaba simplemente ciego: para mayor mal, le faltaban todos los sentidos, pero nada mejor para expresar la carencia de ellos que el hablar de la ceguera. El no ver parece abarcar en su desdichada carencia de luz el no oír, el no palpar ni oler ni gustar.

Pero no creáis que el hombre de mi ejemplo tenía los ojos enfermos,
ni que le faltaban los otros órganos encargados de tornarlo sensible. Mi hombre era más ciego, precisamente, porque tenía ojos, tenía oídos, boca, nariz y fina piel, aunque no sabía servirse de ninguno de estos elementos.

Vi al peor de los hombres ciegos: al que no quiere ni puede ver. Porque el ciego que se vale de su blanco bastón, o que necesita de la colaboración de sus congéneres para moverse, desarrolla una especial sensibilidad, que le permite saber el color del cielo, presentir la cercanía de una persona, y aun adivinar la sonrisa o el enojo en quienes le rodean. Pero este otro ciego, el que no usa bastón, el que puede caminar libremente por las calles, no advierte nada y deambula en continua oscuridad. Sin embargo, este ciego no podrá curarse mientras no perciba su ceguera, porque además de privado de los sentidos, no sabe que lo está…

Tiene historia, pero ha preferido olvidarla. Podría tener experiencia acumulada, pero ha preferido ignorarla por no considerarla «suya». Tiene familia y amigos, pero los rechaza con un individualismo egoísta que disfraza de inteligencia y superioridad.

Tiene posibilidades de aprender nuevas cosas cada día, pero cree que ya lo sabe todo. Tiene arte capaz de solazarle y elevarle, pero se inclina por las malas combinaciones de ruidos, formas y colores. Tiene el modelo del orden de la Naturaleza para imitar, pero prefiere su desorden personal, que define como creatividad y libertad. Tiene a Dios en cada paso de su vida, pero lo niega pues se siente fuerte y autosuficiente, justamente porque es ciego…

¿Y cómo encegueció el hombre? Porque olvidó que los sentidos, todos ellos, son apenas el reflejo de superiores y más profundas formas de ver, de oír, de gustar y sentir en general. Y el hombre usó tan solo la máquina, el aparato exterior, sin cuidar del que maneja el aparato, sin cuidar del ordenador inteligente que reside tras los sentidos.

Hoy, el hombre ciego, juega con sombras y falsas imágenes, sueña un mundo que no existe, y se destruye poco a poco a sí mismo.
Y – oh, paradoja– hombre ciego, bastaría con que te vieses, para empezar a ver…
Porque el mundo nuevo no será ni percibido ni vivido por los ciegos.

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