La codicia es una plaga que corroe cualquier sociedad. Nace en el seno familiar y se disemina entre quienes establecen sus valores sobre la base de los bienes materiales. Y aún, entre familias que defienden educar con valores humanos a sus miembros es evidente la contradicción cuando se inculca la premisa de estudiar y trabajar para alcanzar las máximas cantidades de riquezas, por encima del confort que puede brindar un hogar colmado de sencillez, humildad, respeto y amor.
Tal vez, humildad, sencillez, sean comportamientos asociados con pobreza, pero nada más lejos de la verdad. Una persona adinerada puede manejar en su vida esos y otros importantes valores. Todo depende del hogar donde se formó y obviamente del comportamiento cotidiano de sus padres o personas mayores a cargo.
El caso es que la codicia puede ser solapada con aparentes buenos modales, incluso con formación académica excelente. Así podemos encontrar en cualquier espacio gente cuya obsesión principal en la vida es hacer dinero aunque para ello deba usar subterfugios que incluyan utilizar sus herramientas de formación para lograrlo.
Incluso existen quienes andan por la vida fingiendo afectos y simpatías ante quienes saben pueden serles útiles para sus propósitos, aunque no necesariamente ocupen lugares privilegiados de poder, sencillamente pueden ser utilizables para avanzar en sus cometidos. Y aunque suene cruel, es cierto.
La codicia tiene varios rostros. Quienes fingen humildad, discreción y actúan solapados, calculadores, suponiendo que el resto de los humanos son suficientemente tontos como para no descubrir sus verdaderas artimañas en la búsqueda de determinados objetivos. También quienes actúan pasando por encima de quienes dificulten su camino sin el menor gesto de disimulo, a la fuerza incluso. Y aunque todas estas caretas suelen ser peligrosas para la humanidad la más manifiesta y contraproducente es la de quienes proceden con desdén ante las reglas sociales, los derechos humanos y despojan a sus congéneres de sus bienes a la fuerza, en muchas ocasiones sin importarles la vida ajena para obtener bienes de manera aparentemente fácil, a la fuerza.
Lo triste de todos los casos es que las personas codiciosas suelen ser seres vacíos, sin motivaciones gregarias que puedan hacerlos sentirse plenos ante logros obtenidos a través de la generosidad y la filantropía, por referir sentimientos y acciones gratas, importantes para engrandecer los valores humanos.
La codicia engendra seres fríos y calculadores, quienes ante la ausencia de virtudes determinantes para alcanzar la plenitud de la tranquilidad, la paz, el amor, pretenden cubrir sus carencias con bienes materiales que a la larga en nada les aporta felicidad convirtiéndolos en buscadores continuos de más objetos materiales que los satisfagan momentáneamente con poca probabilidad de perpetuar sus efectos a largo plazo.
Quien codicia siempre desea más. Mucha gente le da importancia desmedida a los bienes y al dinero, hasta el punto que dependen psicológicamente de ellos: cultivan la vanidad personal, consideran que brindan prestigio social y medios para obtener poder.
La codicia ha originado el odio y las penalidades desde el inicio del mundo. Ha sido y es la principal causa de la guerra y de la miseria. Habría que esforzarse para comprender la codicia como nociva semilla que tarde o temprano ofrecerá frutos amargos. Como causa generará acciones que seguro llevan a efectos dañinos.
Solamente queriendo entender el verdadero origen de la codicia y buscar transformar el modo de vida dándole prioridad a verdaderos valores o virtudes, se podría sustituir, eliminándola desde lo individual para abrir caminos que propendan a terminarla para cortar sus consecuencias para el mundo. Ganar dinero, enriquecerse por medio del trabajo o acciones loables, obtener bienes materiales en busca de tener una vida confortable no es malo, nocivo es creer que acumular riquezas, objetos de marca, cosas materiales puedan generar felicidad. Primero hay que cultivar la riqueza interior, entender que no estamos solos en el mundo, que es menester apoyarnos unos a otros cuando sea necesario, de lo contrario ni con todo el oro del mundo se podrá alcanzar bienestar, paz, felicidad.